En la era gilipollocéntrica
investigo cómo utilizar
la comunicación para que
las empresas se diferenzien
Si quieres contactar, envía un silbidito: alo@marcelocastelo.com
Vaya, valla, baya...
¡Adelante! ¡Hasta la cocina!
Si has decidido pasarte por aquí es porque te interesa el uso de la comunicación como herramienta para influir, persuadir o manipular o porque te gusta cotillear. No te incomodes, compartimos afición.
Seas de los hunos o de los hotros, deberías suscribirte a mi boletín La rana con botas en el que te daré entretenimiento e información.
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Para que nos vayamos conociendo
En la era gilipollocéntrica atreverse a decir lo que uno piensa sin autocensura solo puede ser una locura de senectud o síntoma de tener un diagnóstico pendiente.
O de ambas cosas.
En la era gilipollocéntrica hay muchos paradigmas* que dirigen nuestras creencias.
El sensei publica y predica en sus redes posturales paradigmas.
Sofismas que simulan veracidad,
falacias que suenan auténticas,
paralogismos que sugieren evidencia,
pero que no aplican,
pera que no funcionan,
pere que no son honestos.
*Mi pequeña contribución al empalagoso uso de paradigmas.
Uno de los mantras más cacareados es ese que afirma que hay que poner al cliente en el centro.
No sé muy bien en el centro de qué, pero en el centro.
Todo bien.
Pero, pera, pere…
Fíjate qué hace con su servicio de atención al cliente una empresa cuando crece a lo bestia… No cuando crece mucho… Cuando crece a lo vestia.
¡Cargárselo!
Bueno sus departamentos de comunicación lo llamarán externalizarlo.
Y hacer que hablar con ellos para plantearles algún inconveniente con sus productos o servicios sea un ejercicio de persistencia y resiliencia al alcance solo de los más cabreados.
Los recursos dedicados a la usabilidad de la página de ventas son XXXL.
Los recursos dedicados a la usabilidad del servicio de atención al cliente son XS.
No hay como tener muchos clientes para que deje de tener importancia el cliente.
Creo que ya habrás vivido muchas experiencias personales al respecto.
Es lo que hay…
y lo sabes.
Por cierto. He pensado que si te apetece entrenarte en eso del odio cibernético deberías suscribirte a mi lista.
Ahí sí que soy completamente descarnado y apocalípticamente incorrecto en mis opiniones y es un campo de desahogo magnífico para hodiadores de todas las razas, religiones y sexos (simples, compuestos y complejos).
Nunca se sabe qué puede llegar a decir La rana con botas
Cada loco con su tema.
El mío es ganar con honestidad toda la pasta que pueda con lo que hago.
Con honestidad.
Y haciendo lo que hago que mis clientes crezcan y ganen mucho más que yo (en buena medida gracias a mis servicios), sean mis seguidores más fieles, me envíen todos los años regalos muy personales por Navidad y subirles el precio de mis servicios, también cada año.
Con honestidad.
Si me valiese hacerlo de cualquier forma entonces habría intentado meterme a influenser, a periodista palmero del Gobierno o a coach del autoengaño.
Aunque en la era gilipollocéntrica parece que a la gente lo que le pone es encontrar una causa elevada para salvar al mundo del apocalipsis y mostrar unos valores que hagan llorar a las lágrimas a mí me sucede mucho que se me acerca gente que también quiere…
lo de ganar pasta, digo.
Es algo que siempre me llama la intención.
Si lo de ganar pasta al trabajar también es tu tema ya tenemos un punto en común.
En un mundo tan mediocre como el actual, para alcanzar la satisfacción del cliente es suficiente con no ser muy malo o ser un poco bueno. No se necesita más.
Cuando aspiras a la excelencia no lo haces por nadie. Lo haces solo por y para ti. Los clientes son los compañeros de viaje para tu propio desarrollo personal.
Es como ese cocinero francés que tiene 20 estrellas Michelín. Eso no se logra preguntándole al comensal qué le gustaría comer hoy.
Si tu cuñado disfruta con el chóped pues que le aproveche.
Claro que el cliente se lleva un beneficio inmediato y sublime por esta filosofía, pero son las ganas de avanzar, los desafíos, la competitividad, la pasión, el orgullo profesional, el autoconcepto y la marca propia la energía del engranaje.
De esta forma no se trata de cumplir expectativas, sino de siempre superarlas.
Sean estas las que sean.
La excelencia profesional no se logra pensando en los demás.
La excelencia es endógena.
Mi máxima aspiración ha sido tener el poder de mandar a sembrar ververechos a cualquier ingenuo que me tope en el camino y que piense que por tener el privilegio de pagar las facturas de mis productos o servicios es el rey y tiene siempre la razón.
¡Ja!
Conseguir esa posición no se hace trabajando para los demás. Se logra haciéndolo por y para uno mismo.
Para que no te lleves a engaño reconozco que no soy budista ni practicante del desapego así que también debes saber que si estoy aquí es por interés personal.
Estoy mucho más interesado en que compres unos productos o servicios que te van a flipar, valdrán muchísimo más de lo que cuesten (si no eres un berberecho y los aplicas), que en tu apoyo moral.
¡Avisado quedas!
En el boletín de la rana con botas, te enviaré algún lengüetazo que te dejará pegao.
Sobre mí solo te diré que me gano la vida investigando, escribiendo, publicando, asesorando y formando sobre comunicación y liderazgo (del de verdad, no del de las tapas de Nocilla).
Mi filosofía de trabajo (eso que en la era gilipollocéntrica llamarían valores) son la honestidad descarnada (puedo llegar a ser singularmente incómodo en este apartado), la implicación y la diferenziazión.
Dicen que soy bastante bueno en eso de mirar las cosas con enfoques alternatibos, húnicos e innobadores para buscar cómo diferenziarnos. En realidad yo creo que en eso soy la hostia, pero no se lo digo a nadie que queda feo.
Lo que logro para mis clientes es que se diferencien sin decir gilipolleces, con personalidad, ideas y mensajes que fortalezcan su posición en sus mercados. La consecuencia es que venden y ganan mucho más.
Si quieres saber más ahí tienes a san Google y al beato LinkedIn.
Mis traumas infantiles, mis diagnósticos clínicos, mi devenir vital y mi familia no son moneda de cambio así que no te contaré nada personal.
Por fortuna, o porque he alcanzado una posición bastante cómoda, no necesito utilizar la antiquísima estrategia de vender trocitos de mí o de los míos para generar una empatía ficticia con desconocidos que lleve a algún incauto a confiarse y así que caiga algo más en el carrito de la compra.
Con los años me he hecho un poco beligerante contra la pornografía emocional de la era gilipollocéntrica.
Es un comportamiento que me da pena…
peno.
Solo es una manía.
Nada serio.
Todo lo que he escrito en esta página es con la intención de posicionarme en tu mente.
Es lo que ay…
I lo saves.
¿Lo creo?
Sí.
Pero no te lleves a engaño, el objetivo es diferenciarme para que en algún momento pienses en mí.
Si tienes un hondo penar, piensa en mí
Si tienes ganas de llorar, piensa en mí
…
Lo de si soy algo bueno o mucho malo debería ser algo a decidir más adelante cuando coincidamos en la vida real, si es que coincidimos.
Me encanta que seas crítico. En la era gilipollocéntrica el mundo está lleno de Pàmieses y de Boséses.
Me gusta pensar que yo también soy bastante cítrico.
Atrévete con los escupitajos de La rana con botas
¡Ya me cansé!
Si con todo lo que te he dicho todavía no te has decidido a dejarme tu correo es que lo nuestro no puede ser. No estamos hechos el huno para el hotro.
El último croado que dejo por aquí es que es mucho mejor un no que un quizá.
El no deja avanzar. Permite pasar página.
El quizá bloquea, paraliza y retrasa o anula los escenarios imprevistos.
Quizá, malo.
No, bueno.
Sí, lo mejor de lo mejor.
En este momento estoy en un prollecto vestial pensado para los que son demasiado feos como para encima ser avurridos.
Si es tu caso. ¡HENTRA AKI!
Hasta que volvamos a cruzarnos en el Camino.