La falacia de la actitud

Cuando aún utilizaba el cinturón para aguantar los pantalones me sorprendí dándome cuenta de que las modas no solo afectaban a los elementos más estéticos y veleidosos de nuestras vidas. Lo hacen de forma menos perceptible, pero también intensa hasta en las palabras que utilizamos y el significado que, más allá del diccionario, acabamos dándoles.

En algún momento, transmitir un mensaje utilizando palabras como empoderamiento o paradigma nos aportó la sensación de imprimirle más intensidad a nuestra idea. Quizá la primera palabra del ranking actual sea, con permiso de empatía, actitud.

La actitud se ha convertido en el paradigma del empoderamiento personal y profesional. Mientras el diccionario deja la actitud en la disposición de ánimo manifestada de algún modo, el reputado conferenciante Victor Küppers ha alcanzado gran reconocimiento defendiendo la actitud como único factor multiplicador del valor de una persona.

Para intentar ilustrar cuánto puede llegar a multiplicar el valor de un profesional la actitud, voy a plantear un pequeño juego mental. Imaginemos que podemos meter en un único estadio a todo el personal sanitario, al profesorado, a los trabajadores por cuenta ajena y a los empresarios del país. Ante todas esas personas hacemos la siguiente invocación.

— Hemos realizado numerosos estudios independientes que constatan que tenemos un porcentaje intolerable de personas con una actitud de mierda con sus pacientes, con sus alumnos, con sus compañeros o clientes y con sus trabajadores. Para resolver esta situación vamos a organizar una formación sobre cómo mejorar la actitud. ¡Que levante la mano quién necesite apuntarse al curso!

¿Cuántas personas levantarían la mano? ¿La levantarían los que realmente necesitan mejorar su actitud?

Apostaría a que pocos de los que tienen una actitud pésima se significarían. Y los pocos que lo hicieran creo que justificarían su actitud como fruto de los recortes, por la pérdida de prestigio de su profesión ante la sociedad, por un desprecio previo de sus compañeros, por el trato desconsiderado de sus clientes o porque sus trabajadores son unos holgazanes.

En las conferencias sobre mejora de la actitud nos lo pasamos bomba pensando en que están hablando de nuestro compañero de al lado, pero pocos se ven reflejados como objeto de las chanzas del conferenciante. Por eso son tan demandados estos eventos, porque nadie se siente afectado.

Si estamos buscando mejoras, si buscamos avances o si buscamos cambios en equipos o en personas apelar a su actitud no servirá de nada porque la inmensa mayoría de los seres humanos desconoceremos, y menos reconoceremos, que nuestra actitud sea el problema. Por si fuera poco, quienes reconozcan una actitud incorrecta defenderán razones poderosas que la justifiquen.

La falacia sobre la que se asienta la relevancia determinante de la actitud pienso que parte de que cuando argumentamos en defensa de la actitud, con frecuencia, no nos damos cuenta de que nuestra argumentación se centra sobre lo negativo que resultan las actitudes perniciosas. En esto no discrepo. Una persona con mala baba puede convertirse en una sanguijuela emocional y en una vía de evacuación de la energía del equipo.

Una persona con mala actitud no resta energía, la divide.

Por el contrario, la buena actitud claro que suma, claro que es condición imprescindible y de valor, pero la diferencia entre sumar y multiplicar es exponencial.

 Todos creemos juzgar con cierta objetividad la actitud ajena, pero pocos son los que mantienen esa distancia sobre la propia cuando esta resulte recriminada. El gran problema de darle tanto valor a la actitud es lograr determinar quién es el juez que la valora, cuál la vara para medirla y cuáles las acciones para corregirla.

En alguna de mis conferencias, llevado por la pasión del momento y empachado de micrófono he llegado a afirmar que la actitud casi siempre es irrelevante. Es una afirmación extrema que busca quebrar las conexiones neuronales del oyente amamantado en la idea contraria. Desde el sosiego defiendo que, no es tan infalible la medicina como se nos vende y el valor que se le da tiene más que ver con el interés en encontrar el bálsamo de Fierabrás que con los resultados de algo que pocas veces es más que un placebo utilizado para la defensa, o el ataque, personal. Uno de los valores para la protección encarnizada de la actitud es que, cuando no tenemos resultados que avalen nuestras demandas, acudiremos a su seguro salvavidas para que no nos reclamen cuentas.

¿De verdad el único factor multiplicador del valor de Aristóteles, Mozart, Leonardo, Jobs, Luther King o Einstein fue su actitud?

Stephen King afirma en su magnífico ensayo Mientras escribo que hay pocos escritores excelentes, pero que son escasísimos los excepcionales y que la diferencia entre ambos tiene que ver con el azar genético. Dicho en román paladino, ni Shakespeare ni Cervantes surgen solo por su actitud.

No creo haber vivido una vida muy singular y aun así he conocido a chavales que tenían una actitud inmejorable para el fútbol y a profesionales con muchas ganas de alcanzar el éxito, pero que ellos eran los únicos que desconocían que no pasarían del promedio en el que se quedaron.

Dar relevancia singular a la actitud lleva aparejado minusvalorar el ecosistema formado por el talento, la motivación, la iniciativa, la ambición (entendida como hambre profesional), la pasión, la visión (la que tuvo Küppers al crear su fórmula), la competitividad, la determinación, la capacidad de esfuerzo, la disciplina, la resiliencia, el carácter, la formación, el conocimiento y el entorno y sus circunstancias.

La primera idea de este artículo es que la actitud suma, pero que por sí sola, sin muchos otros factores que la nutran e impulsen, no es ni suficiente, ni multiplicadora, ni determinante para el logro excelente. La segunda, que no debe esperarse una mejora actitudinal real y sostenible en el tiempo de una persona o equipo mediante una invocación directa a la misma.

Sin pensar en que sea por si sola una cualidad determinante o multiplicadora del valor profesional es indiscutible que es condición sine qua non de la excelencia por eso, la gran pregunta que quedaría en el aire sería, ¿es posible mejorar la actitud de las personas y de los equipos?

Mi opinión es que por muy buena voluntad (¿actitud?) que pongamos en el intento no está al alcance de todos conseguirlo, no siempre será posible lograrlo, nunca será sencillo que suceda, pero sí.

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