Gestión de preguntas envenenadas
En un artículo previo sobre el turno de preguntas hemos comentado algunas pautas sobre cómo conviene gestionar este aspecto tan importante en cualquier presentación o acto público. Hoy abordaremos específicamente cómo gestionar esas preguntas complicadas que bien no sabemos contestar, bien sabemos que si las contestamos nos vamos a meter en un lodazal del que no saldremos indemnes.
Comenzaremos por las preguntas de las que desconocemos su respuesta.
En este escenario tenemos dos alternativas. La primera es enviársela al auditorio volviendo a repetir la pregunta en voz alta para asegurarnos de que ha sido escuchada por todos. La segunda es simplemente admitir que no se sabe la respuesta y comprometerse, en caso de que sea posible, a responderla con posterioridad vía e-mail. Yo sólo me comprometería si realmente estoy dispuesto a realizar la investigación que me va exigir responder a la cuestión y no siempre se da esta circunstancia ya que, en ocasiones, la pregunta es muy tangencial o claramente alejada de mis áreas de interés, estudio o investigación.
Y ahora nos centraremos ya en ese tipo de preguntas que, aún teniendo un criterio o una respuesta, sí la respondemos nos vamos a significar de una forma que, por el motivo que sea, o no nos conviene, o no nos apetece. Esto resulta bastante habitual en auditorios en los que la unión entre profesión y ética pueden generar un cóctel de complicada gestión, por ejemplo, aunque no en exclusiva; el sector sanitario.
Mis siete recomendaciones son las siguientes:
- Primera: utilizar evasivas. Sí, no es muy elegante pero fíjate lo que hacen los políticos, maestros en el arte de no responder a lo que no les conviene. Irse por las ramas es una opción.
- Segunda: reformula la pregunta a tu conveniencia o directamente responde a otra cosa dejando que interpreten que te has equivocado con la pregunta. Ser capaz de asumir un papel naif -ingenuidad deliberada- puede sacarnos de muchos momentos espinosos. Es una versión avanzada de la primera opción.
- Tercera: responde afirmando -sí se puede- que es un tema tangencial a lo que se está tratando y que podéis tratarlo después en petit comité.
- Cuarta: aduce que el tema es demasiado profundo como para responderlo con el poco tiempo del que se dispone.
- Quinta: envíasela al auditorio. Igual que cuando desconoces la respuesta, puedes dar la impresión de que quieres hacer partícipe al auditorio y pasarle la pregunta al mismo con un simple “¿qué opináis vosotros? ¿cuál es vuestro criterio al respecto?” posteriormente puedes pasar a la siguiente pregunta.
- Sexta: devuelve la pregunta envenenada al majete que te la ha hecho. Puedes hacerlo con una frase del estilo “este es un tema en el que posiblemente tú has profundizado más que yo ¿cuál es tu opinión?”. Darle su minuto de gloria al envenenador suele provocar un alto rechazo interno por lo que es un recurso sólo al alcance de los mejores.
- Séptima: admite que es una pregunta que no quieres responder. Sí optas por esta opción puedes enlazarla con la cuarta recomendación diciendo algo parecido a “para responder a esa pregunta, sin dejar en el aire interpretaciones peligrosas, necesito un tiempo del que no disponemos por lo que no voy a responder. Siguiente pregunta por favor”. Cortante pero eficaz.
En todo caso, mi consejo no puede ser más claro: no entres al trapo. Cuenta hasta diez, recita algún mantra, haz que tomas notas para ganar tiempo pero lo único importante es que tengas claro que no deberías caer en la trampa. Generalmente no hay preguntas inconvenientes pero las respuestas si pueden serlo y mucho. Sí demuestras no tener el temple necesario para gestionar tus emociones en público tu credibilidad no saldrá precisamente fortalecida.
¿Has tenido alguna experiencia con preguntas envenenadas que quieras compartir? Déjanos tus comentarios.