Más importante que las emociones

Me asombra comprobar la capacidad de influencia de la moda en nuestras vidas. Me fascina ver cómo se ponen de moda palabras, temas de conversación y hasta ideas de la misma forma que lo hacen vestimenta y complementos.

Actualmente se está hablando mucho de las emociones. La película Del revés de Disney intenta aprovechar este tirón.

Expresar nuestras emociones es beneficioso siempre y cuando no dejemos que estas nos gobiernen a su antojo y se haga con un filtro previo que no provoque en el oyente ofensa o hastío. No vaya a ser que por descargar nuestra mochila llenemos la de nuestro interlocutor.

Hace poco, una persona me comentó una situación personal extrema y me confesó que venía de vivir unos años “sin bragas”. Expresión gráfica utilizada para afirmar que se comunicaba con los demás sin filtro.

¡Ojito con esto! Aunque intentemos justificarnos en nuestro hartazgo por cómo nos trata el azar existencial, decir lo que se piensa sin filtro, sobre todo cuando nadie nos ha preguntado, es además de síntoma de amargura y soberbia, de impertinencia e intolerancia.

18-01-2016

Collage de Luís Montero

Hablar de nuestras emociones está bien pero hay que equilibrarlo para que lo bueno no se convierta en martirio propio y ajeno. Hasta el amor en exceso es una condena cuando desencadena el demonio de los celos y de la posesión.

Lo primero es entender que una emoción es una reacción a un evento, imaginario o real, percibido.

Siento algo que cambia mi estado de ánimo. La emoción es inmediata, fulgurante y en ocasiones se siente sin ser muy conscientes de qué la provocó: una mirada, un gesto, un recuerdo, un olor, una canción…

Generalmente se acepta que la diferencia entre emoción y sentimiento es la duración. La emoción es muy corta en el tiempo y el sentimiento es un estado más estable, fruto de la suma de la gran variedad de emociones que sentimos en una etapa de nuestra vida.

No es lo mismo reconocer tener miedo a hablar en público (lo que es muy común y se denomina glosofobia) que definirnos como personas temerosas. Lo segundo sería la consecuencia de tener miedo a tantas situaciones cotidianas que este llegase a convertirse en uno de nuestros sentimientos preponderantes.

Y aquí quería llegar. Una cosa es la emoción, siempre subjetiva, y otra es qué hago o qué dejo que esta haga conmigo.

Yo puedo tener miedo a volar. ¡Que lo tengo! Pero eso no es lo más importante. Lo que realmente me distinguirá es cómo gestiono esa emoción. ¿Voy con mi pareja a ese viaje transoceánico o me quedo en casa? Si voy sé que lo pasaré mal. Si no voy estaré alejando la emoción de mi, pero quizá no me quede muy satisfecho porque sé que me estaré perdiendo el disfrute y el vínculo que ese viaje aportaría a nuestra relación.

Si voy lo pasaré mal, pero acabaré sintiéndome bien. Si no voy no pasaré miedo, pero me sentiré mal.

Una de las reflexiones que más me asombró en los últimos años fue llegar a la conclusión de que casi nunca coincide lo que me apetece hacer con lo que me hará sentirme bien. Algún día escribiré con detenimiento sobre las paradojas en la existencia humana.

Si subo al avión me estaré comportando valientemente. En caso contrario mi comportamiento será temeroso o más simplemente, cobarde.

Está muy bien hablar de nuestras emociones porque eso nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos y a los demás. Sin embargo, conviene no olvidar que una de las cosas que nos distingue como especie es ser capaces de movernos por algo más que por el instinto y por los impulsos subcorticales.

El ser humano necesita equilibrio. No queremos vivir sin sentir emociones, como el vulcaniano Sr. Spock, pero tampoco convertirnos en veletas a merced de su capricho.

Lo que más nos diferencia a unas personas de otras no es tanto qué sentimos sino cómo nos comportamos ante lo que sentimos y nuestro comportamiento dependerá, en gran medida, de nuestros pensamientos. Sobre estos podemos tener más capacidad de gestión que sobre las emociones.

El pensamiento, aunque influido por las emociones (si te interesa este tema te aconsejo la lectura de Pensar rápido, pensar despacio de Daniel Kahneman y El error de Descartes de Antonio Damasio), si nos lo proponemos puede llegar a ser muy reflexivo.

A pocos estudiantes les gusta estudiar, pero unos piensan que cuanto antes lo hagan mejores resultados obtendrán y otros que en la próxima evaluación se pondrán las pilas. A pocas personas les gusta, al principio, hablar en público, pero unos piensan que deben hacerlo y cogen el micrófono y otras se convencen de que no es tan importante lo que tienen que decir. A los padres no nos gustan algunas de las cosas a las que estamos obligados para educar a nuestros hijos: Unos pensamos que la mejor manera de demostrar nuestro amor es cumpliendo con nuestra responsabilidad y otros que comprándoles cachivaches de última generación.

Después de los atentados de París el tema no es si tengo o no miedo de ir a tomarme un café en una de sus terrazas. Lo importante es si voy o no a esa terraza.

Contradiciendo a Descartes, es indudable que la emoción afecta a la razón y que en las cosas que más nos importan de verdad somos mucho más emocionales que racionales. Sin embargo, creo importante aprender a gestionar este, para mi, axioma entendiendo que mi pensamiento, poco a poco, será capaz de moldear esas emociones hasta que ya no tengan tanto poder sobre mí.

Es posible que tenga miedo a hablar en público, pero debo pensar que enfrentándome a esa emoción poco a poco podré ir venciéndola. Es posible que no entienda a otras culturas, o a mis vecinos y sus extravagancias, pero si me esfuerzo en tolerarlas es posible que acaben por no molestarme o no asustarme tanto.

En la película La Dama de Hierro, protagonizada por la multioscarizada Meryl Streep, hay una escena en la que esta le dice a su médico “Vigila tus pensamientos se convertirán en palabras. Vigila tus palabras se convertirán en actos. Vigila tus actos se convertirán en hábitos. Vigila tus hábitos se convertirán en tu carácter y vigila tu carácter se convertirá en tu destino”. Tal cual.

Me gusta pensar que si así lo decido, con técnicas, esfuerzo y práctica, sobre mis pensamientos tengo gran capacidad de influencia y a través de ellos sobre mis caprichosas emociones.

Mucho más importante que lo que siento es qué soy capaz de hacer con lo que siento.

Salvo mejor criterio.

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